Según la fuente donde encontramos esta foto, la imagen corresponde a un grupo de jóvenes aristócratas, de «niñitos de bien», celebrando públicamente la renuncia al Gobierno del General Carlos Ibáñez del Campo en julio de 1931. Nótese que no hay gente con aspecto de trabajadores ni obreros en el entorno. Una de las pocas veces en que el cuiquerío nacional se ha animado a salir a manifestarse en las calles de Santiago (la última vez, fue cuando salieron «Cuicos» de derecha con sus cacerolas para protestar contra Salvador Allende G.
En febrero del 2009 un diario español puso el grito en el cielo cuando una periodista descubrió que acá en Chile, entre los blogs de «cuicas» (como pelolais.blogspot.com), las chiquillas de estratos socioeconómicos altos se habían autodefinido como «pelolais» y «ondulais», concentradas en una especie de club de rubias altas, delgadas y típicamente representantes de las clases más acomodadas de nuestra sociedad. No más distintas de las que diariamente muestra la publicidad en la TV, por cierto, trayendo a muchas de ellas desde la Argentina para vender ofertas de tiendas o nuevas cervezas.Sin intereses en las rugosidades de la política y aún ajenas al calvario que es la vida laboral en Chile (trabajar, actualizarse y competir para ganar cada vez menos), estas cabritas sólo ejercieron su simple derecho de adolescentes a cambiar las muñecas, los conejitos de peluche y las tacitas, por el mouse, la cámara digital y la Internet, con todas las posibilidades que esta combinación permita en un escalón más hacia la madurez de la vida y la inserción en el mundo real. Pero, como no podían faltar, salieron al baile las historias de supremacismos raciales, el holocausto, el KKK y cuanta comparación permite la neurosis. De esta manera España, la Madre Patria y una de las naciones donde más ataques racistas se registran en la Europa Occidental, le tiró las orejas a sus hijos rebeldes chilenos y, por algunos días, nos dio clases sobre tolerancia y diversidad.De alguna manera, me suena hipócrita y puritana esta reacción, tanto de parte de los amigos españoles como de sus ecos acá en Chile. Por años, buena parte de la sociedad santiaguina le ha colocado toda clase de chapas y motes despectivos a la gente de la alta sociedad y a sus altanerías, pero generalmente alusivos a su aspecto físico que, en el fondo, muchos envidian más que desprecian. Los mismos españoles han tenido apodos parecidos para su gente «cuica» que, como sucede acá también, a veces se confunde con los personajes dados a ataviarse con símbolos de ostentación, como «charro», «majo» o «manolo». En nuestro caso, cunden apodos con algo de rencor y resentimiento, se entiende, cuyo empleo -o regurgitación- en el momento oportuno nos libera, proporcionando la catarsis para quienes insultamos a quienes son, precisamente, lo mismo que nosotros quisiéramos ser y no podemos, por billete, por pedigrí y por ADN.En cambio, cuando son los propios «cuicos» los que se autodefinen bautizándose con sus infantilismos de sufijo «lais», queda la escoba, cunde la histeria; se nos advierte que estamos ad portas de una limpieza étnica en la ciudad y se declara duelo nacional. Todos los que podríamos ser comparados mojones de pelo negro y piel color zapallo hepatítico por los extremistas del estereotipo (quizás exagero anatemas, lo admito) debemos preparar petacas con lo esencial, ante la eventual embestida de la policía pelolais de selección racial… Notable. La actitud casi naturalmente tendiente a la arrogancia en buena parte del cuiquerío más rancio, clasista y monolítico, hace el resto en el cultivo popular de desprecios, resquemores y cuentos de terror.El término «cuico» es uno de los más extendidos y vigentes de estos términos aversivos, pero también uno de los más intrigantes, odiosos y difíciles de precisar en cuanto a su origen. Parece ser que habría tenido una relación directa con el lenguaje delincuencial del coa, sin embargo, pues muchos lo creen surgido de la nomenclatura carcelaria, en la cana, según veremos.Esencialmente, se usa «cuico» para señalar con algo de desprecio a la gente de alta sociedad, de nivel socio-económico bueno, generalmente identificados con la segmentación ABC1 del mercado de consumidores y con los barrios de Las Condes, La Dehesa, Vitacura e incluso una parte de Ñuñoa y Providencia, entre otros. Hay comunas como Huechuraba, La Florida o San Miguel que tienen un lado «cuico» y otro «flaite», inconciliables entre sí. En algunos pueblos fuera de Santiago, me ha tocado ver la marca de esta misma cortapizza: A veces bastan una flores más en el jardín o un vino que no sea de caja para caer en la imputación de ser «cuico»; o decir «tú erí», en vez de «vo’ soy» (las horribles formas coloquiales en que los chilenos queremos decir en realidad «tú eres»… vo’ cachai el mote poh).El primer «cuico» de nuestra historia nace antes aún del término, y parece ser Francisco de Villagra, según se desprende de las descripciones que hace de él el cronista Góngora y Marmolejo. En la entonces pobre y casi hambrienta colonia de Santiago que hacía poco había perdido a su fundador, Pedro de Valdivia, este Gobernador paseaba con un costoso traje de terciopelo negro, bordado con hilos de oro y pieles de martas, como si anduviese por las elegantes callejuelas de su natal León, donde eran comunes estas prendas lujosas.Posteriormente, los aristócratas y miembros de clases acomodadas fueron llamados «pelucones», término que después se pasó a la política conservándose como la contraparte de sus enemigos los «pipiolos». El nombre aludía a las pelucas que usaban los Oidores en la Real Audiencia, personajes dados al lujo y a hacer notar su posición jerárquica en la sociedad colonial. Hicieron rodar las primeras carrozas que se conocieron en Santiago, sus transportes oficiales, y la norma por ellos mismos procurada obligaba a los plebeyos (o retos, como les llamaban despectivamente al pueblo) a descubrirse ante el paso de estos arrogantes duendes, hacia el siglo XVII, en señal de reverencia.Pero la ley real también tuvo exigencias para los oidores: los obligaba a usar un peinado nada varonil, como de bulto o penacho en la cabeza, sobre la frente, que por haber sido llamado «copete» puede haber dado origen al mote de los «copetudos», como también se ha llamado en Chile a la aristocracia. Sus mujeres, gordas conflictivas y chismosas que frecuentemente vivían tensas entre sí (apenas se toleraban, pese a que rara vez eran sacadas de las casas para alguna fiesta, recepción o las jornadas en la iglesia), también usaban un suntuoso peinado alto tipo «mono», que fue corriente entre ellas.
Una de los teorías sobre el surgimiento de la expresión «cuico» dice que, originalmente, se llamaba de esta manera a los extranjeros, a los visitantes desde tierras lejanas y que, con el tiempo, fueron asociados a un estatus de ingreso y nivel de vida mucho más cómodo que el de sus anfitriones locales. El Diccionario de la Real Academia Española, por ejemplo, define «cuico» como sinónimo de forastero en Chile y Argentina, afirmación bastante obsoleta a estas alturas, sin embargo.Otra idea nos surge de la lectura de «La Chica del Crillón» de Joaquín Edwards Bello, donde el autor retrata el final de la vieja aristocracia criolla en el famoso hotel de la capital como escenario, en 1935, anotando que los desocupados y mendigos que se paraban afuera rogando una moneda a estos personajes, tenían un insulto muy particular para ellos si no eran complacidos:«A la salida los cesantes piden, y si no les dan, suelen hacer ¡cui! ¡cui! llevándose los dedos al cogote, amenazándonos con el degüello».Más sentido tendría la hipótesis de que «cuico» proviene en realidad de una expresión quechua que significaría algo así como lombriz o gusano, pero hay cierta certeza de que no siempre fue usado de manera despectiva, sino que se corrompió en tal. Incluso hay quienes asocian la comparación con la gente flaca y espigada. Parece ser que, en el XIX y parte del XX, se lo usó acá en Chile para catalogar a los ciudadanos bolivianos, algo así como sinónimo de afuerino. Por eso, quizás, la definición que hace la RAE. Desde allí se vuelve una expresión descortés y poco elegante. Se ha dicho alguna vez, además, que los 77 chilenos de la epopeya de La Concepción durante la Guerra del Pacífico, en 1882, habrían estado acompañados no sólo de las mujeres y los infantes, sino también de un perrito que a veces figura apodado como Cuico.Zorobabel Rodríguez confirma que la palabra fue usada en forma un tanto odiosa contra los bolivianos, en «Diccionario de Chilenismos» de 1875, donde define «cuico» de la siguiente manera:«Apodo que suelen dar los habaneros a los mejicanos, si hemos de atenernos al testimonio de Salvá».»Hemos oído una que otra vez usarlo en Chile para designar a nuestros hermanos de Bolivia. Sería más conveniente que nos olvidáramos de él porque los apodos suenan mal entre hermanos».Por supuesto, don Zorobabel no tenía idea entonces, que ambos hermanos estaban próximos a destrozarse entre sí al estallar la Guerra del Pacífico, cuatro años después.Don José Toribio Medina, por su parte, confirmará el mismo uso del término en su obra «Chilenismos: apuntes lexicográficos», de 1928. Para él, la definición de «cuico» o «cuica» es la siguiente:«adj. Voz con que en diversos puntos de América se designa a los naturales de otras regiones. (En Chile, sólo a los bolivianos y en sentido despect.)»Para ejemplificar, Medina hace la siguiente cita tomada del poeta Víctor Domingo Silva (1882-1960):«Esta guerra (con Bolivia) durará poco, aunque el Perú se meta, porque ni los CUICOS ni los cholos son hombres para nosotros».Y en la carta de Marco A. Andrade para Ángel Custodio Vicuña, publicada por «La Voz de las Provincias» de Santiago el 21 de febrero de 1879, el remitente informaba sobre la recién ejecutada ocupación y reincorporación del territorio antofagastino:«Los cuicos se fueron; los chilenos gritaban ¡Viva Chile…! Las mujeres corrían de aquí allá; en fin, todo se volvió la algarabía más preciosa del mundo».En sus «Recuerdos de treinta años», don José Zapiola también reproduce unas letanías sarcásticas que publicó el diario «El Hambriento» en los tiempos de la Independencia, haciendo mofa de la influencia que tenía el periodista de origen boliviano Manuel Aniceto Padilla sobre don José Miguel Infante:De un cuico el más detestado,
que su ruin asociación
ha minado la opinión
de un chileno magistrado,
que en el país no ha figurado,
y todos saben por que.
Libera nos, Domine!¿Cómo acabó el término corrompido, entonces, en una expresión despectiva para los representantes de las clases más altas y acomodadas del país? Esto no está claro y los diccionarios lexicográficos o de coa, publicados en años posteriores, no aportan mucho al respecto. Podría ser verdad que, alguna vez, quiso acusarse a los bolivianos del cargo de «altanería» o «arrogancia» en sus formas de trato, posible vínculo con el mote que nos interesa. Por eso, nuestra impresión es que la palabra «cuico» que en nuestros días utiliza y comprende la sociedad chilena, no guarda relación tan directa con el antiguo significado que se daba al término y que es defendido por Rodríguez y por Medina, además de la RAE. De hecho, la fonética de la expresión no es extraña ni tan exclusiva, por lo que no extrañaría que se repitiera desde fuentes y hacia significados distintos: también aparece en México y Guatemala, procedente del náhuatl; existen unos pequeños marsupiales americanos llamados también cuicas y un instrumento de percusión que lleva el mismo nombre.En este sentido, creemos que el término «cuico» que se usa hoy en Chile, provendría más bien del lenguaje delincuencial y carcelario. Es la teoría sostenida, por ejemplo, por Dióscoro Rojas, el Gran Guaripola Guachaca de Chile. Procedemos a explicar tal suposición.Según la teoría que parece ser la más plausible, «cuico» sería una síntesis de las expresiones soeces «Culia’o y Conch’e-su-madre» (es decir, CUliao-Y-COnchesumadre, pidiendo de mi parte las disculpas correspondientes, ¡pero el rigor de investigación exige!), muy propias del lenguaje vulgar nacional. Culia’o es un chilenismo para «culeado», que significa fornicado o violado (viene de culo). Es uno de los improperios más groseros que existen en este país y en la cárcel adquiere connotaciones de sometimiento o desafío entre los rangos jerárquicos de los internos. Por eso Rojas asegura campante que decirle a alguien «Cuico culiao» no es más que una redundancia.Conchesumadre, en cambio, es una corrupción de «concha de tu madre», que se usa para mandar a alguien, ofensivamente, a retornar al útero materno y, de paso, insultar también a su progenitora. Por alguna razón, entre los delincuentes chilenos los improperios que buscan ofender a la madre del atacado, como «conchetumadre» e «hijo de puta» (sigo pidiendo disculpas por lo didáctico) son considerados afrentas intolerables y que exigen venganza, al contrario de lo que sucede en la marginalidad de los pueblos platenses, donde parecer ser tomada sólo como un insulto más sin esta connotación.Esto explicaría también por qué algunos usan el término «cuicón» (el «con», por la primera sílaba completa de «con-chesumadre) para señalar lo mismo, además de darnos una proporción del volumen ofensivo que tendría este doble insulto.
«Aunque la tendencia es creer que los «cuicos» son descendientes de la aristocracia, la bajísima proporción que tenía esta última en la histórica sociedad criolla chilena hace presumir que la gran cantidad de familias «cuicas» existentes en Santiago no procede sólo de estas vertientes.En un principio, eran así llamados los reos de las cárceles que tenían ciertas regalías y comodidades en la comunidad carcelaria, gracias al beneplácito o la protección de los gendarmes: preferencias en la fila, camas más cómodas y concesiones de tiempo o permisividad de conducta eran lo que convertía al prisionero en un «cuico» ante los suyos. El «cu-y-co», entonces, es un personaje que vive en ciertos privilegios que los demás no tienen. Esto provocaba, además, la envidia y el desprecio de los demás presos, quienes se explicaban esta actitud complaciente sospechando que los «cuicos» podían ser informantes («sapos») o zalameros, de modo que el castigo no siempre fue sólo verbal.Con el tiempo, los mismos delincuentes comenzaron a llamar de manera despectiva y resentida como «cuicos», «cuicón» o «cuiquelli» (parafraseando algún apellido itálico) a todos los ciudadanos de los sectores altos y más acomodados de la capital, donde iban a cometer sus fechorías, hasta que, por dispersión en el lenguaje e institucionalización del concepto en la sociedad, terminó siendo sinónimo de gente adinerada en la comprensión popular y colectiva.No obstante, las clases bajas chilenas, producto de este mismo resquemor social, también identifican como «cuicos» a las clases más altas que no son, necesariamente, de alto ingreso o de vida especialmente cómoda, como la clase media o, en general, cualquiera que «tiene más».Como la expresión «cuico» no aparece en el exhaustivo estudio del «Coa» que publica Julio Vicuña Cifuentes, de 1910, podemos especular que se trata de un concepto inventado y desarrollado en épocas posteriores del siglo XX, pero ciertamente antes de los años ochentas, cuando se hizo popular y masivo en la sociedad chilena y se orientó, también, a la clasificación despectiva de la gente arribista («cuico al peo», «cuico al pun»), que proliferó en aquellos años de incertidumbre económica y de cambios en el patrón del poder de compra, tras la superación de la infausta situación en que se encontraba el país tras la Recesión Mundial. Muchos comenzaron a creerse «cuicos» una vez que pudieron restaurar un nivel de vida pasable, más o menos a mediados de aquella década que hoy trae tantas nostalgias. Lo hacían, en el fondo, intentando dejar atrás el recuerdo y el temor a un regreso de los períodos de privaciones económicas con que fuera castigada la sociedad chilena pocos años antes, durante la crisis internacional.
Envoltorio de los cigarrillos «Pijecito», nombre equivalente al que sería «Cuiquito» en nuestros días. Eran fumados por los trabajadores de las salitreras y minas de Iquique hacia la primera mitad del siglo XX. También existió una marca llamada «El Futre».
Un salón de té «cuico» para la ostentación de principios del siglo XX, «El único preferido por la alta sociedad», según se publicita en este aviso de «El Mercurio» del 3 de diciembre de 1908.
Fuente : https://urbatorium.blogspot.com/?m=1