«Imperdible» Todos lo veníamos venir, pero no sabíamos cuando: El esperado análisis del Estallido social en Chile. «la dictadura militar, nos hizo perder el miedo a la muerte»

La grieta generacional que el estallido dejó al descubierto

El desglose por rango etario de la encuesta CEP publicada esta semana ilustra qué tan importante es la fractura ideológica y cultural entre jóvenes y viejos después del 18 de octubre.

A Ricardo González, coordinador del Área de Opinión Pública del CEP, las diferencias le parecían familiares. Ya las había observado en sondeos anteriores a la última encuesta CEP, que habían revelado diferencias valóricas profundas entre “los jóvenes” -aquel gran grupo etario entre los 18 y los 34 años- y sus antecesores. Este conflicto no representa ninguna novedad. Las discrepancias intergeneracionales parecen ser históricamente inevitables y durante el último tiempo han sido muy discutidas por los roces entre centennials y boomers en diversos temas.

Sin embargo, en el Chile del estallido social, la grieta entre las posiciones de jóvenes y viejos se ha ampliado tanto que esa distancia incluso ha empezado a generar conflictos íntimos, a puertas cerradas, entre padres e hijos.

De acuerdo con el desglose de los datos recopilados por la última encuesta CEP, quienes han sido más sensibles a esta tensión han sido los más jóvenes, el grupo entre 18 y 24 años, (44% de “bastante” o “mucha” tensión), mientras que los más viejos han sido los menos perceptivos (44% de “poca” o “nada” tensión).

“Un tercio de la población adulta tuvo problemas familiares en este período, lo que es importante”, dice González. “En Chile se conversa poco de política, en comparación con otros países. Esos indicadores subieron y ahora principalmente se habla de política en la familia. Hay opiniones muy diferentes. Es interesante que se hayan generado estas percepciones. Y son los extremos los que tienden a variar más”.

Según las cifras, el apoyo a las manifestaciones es inversamente proporcional a la edad del encuestado: en el rango más joven (18-24) alcanza un 68%; desde ahí desciende progresivamente entre las personas de más edad, hasta llegar a un 39% en los mayores de 55 años. Lógicamente, el apoyo también se refleja en la participación activa en la calle: el 55% del grupo más joven ha participado al menos de una marcha (39% ha ido a varias), tal como el 36% de los consultados del tramo entre 25-34 años. En cambio, el 75% del tramo 45-54 nunca ha participado, una cifra que sube al 88% entre los mayores de 55.

Esta misma tendencia se repite en la pregunta sobre los cacerolazos, aunque con porcentajes algo más bajos.

“Los jóvenes tienden a participar más de las marchas porque tienen recursos materiales y sociales más desarrollados. Tienen redes consolidadas, por eso están más movilizados”, agrega González.
De los datos del CEP se puede esbozar un perfil de los jóvenes que apoyan la movilización. Estos se habrían desarrollado socialmente en democracia, por la cual sentirían una gran valoración; serían principalmente de clase media y media alta, y gozarían de altos niveles de educación. Según otros estudios, esta misma generación se caracterizaría por tener posturas favorables a la inmigración, no asumir los roles de género tradicionales y por ser menos religiosos. En cuanto a su distribución política, esta no sería tan distinta al del resto de la sociedad.

Dada su mayor presencia en la calle, los más jóvenes toleran distintos métodos de protesta, sean pacíficos o violentos. Entre 18 y 24 años, un 86% justifica la marcha en alguna circunstancia (incluye las respuestas “siempre”, casi siempre” y “a veces”); un 62% hace lo propio con la evasión del transporte público; un 37% con las barricadas y destrozos; y un 13% tanto con incendios como saqueos.

“Es preocupante cierto nivel de legitimación social que proviene de los jóvenes del uso de la violencia para expresar el malestar, como la evasión”, comenta Eduardo Valenzuela, decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UC. “Los jóvenes confunden, sin embargo, las movilizaciones multitudinarias, que son las que realmente conmueven al sistema institucional, con las acciones de violencia, en particular con la policía o peor aún, contra el comercio. La clave es que se entienda que lo que conmueve es la enorme adhesión que suscitan ciertas demandas, ciertos reclamos y no el uso virulento de la fuerza”.

Todos estos índices de justificación bajan entre los encuestados más maduros. El rechazo de los mayores de 55 años a las manifestaciones violentas es prácticamente cerrado (sobre el 90% para barricadas, incendios y saqueos) y la cantidad de encuestados que rechaza la concentración callejera en casi cualquier circunstancia es alta (43%).

“Los mayores en Chile somos los jóvenes de la dictadura adiestrados en el riesgo de muerte desde temprano y con pánico al caos y sus soluciones violentas. El caos se encuentra con jóvenes que no vivieron la desaparición y la tortura como amenazas reales y el terrorismo de Estado como entrenamiento a través del miedo”, señala el psiquiatra y dramaturgo Marco Antonio de la Parra.
Así como los jóvenes se muestran más permisivos con las manifestaciones violentas, los más viejos se ponen más del lado de la autoridad y justifican medidas represivas de Carabineros. Los mayores de 55 años presentan los menores índices de rechazo al uso de la fuerza (52%), gases lacrimógenos (65%) y de balines de goma o perdigones (75%).

Asimismo, mientras más de un 70% de los encuestados pertenecientes a los dos grupos más jóvenes cree que la policía uniformada violó los derechos humanos “frecuentemente” desde el 18-O, solo un 49% de los mayores de 55 opina lo mismo. Esta tendencia se reitera en la evaluación de los militares durante los Estados de Emergencia.

Las emociones del estallido

A tres meses del inicio del estallido, los sentimientos de los chilenos respecto de la situación país han variado. La rabia que en un comienzo movilizó a los más jóvenes se habría ido disipando. El 50% de los jóvenes entre 18 y 24 años declaró haber estado “muy” o “bastante enojado” durante los primeros días, pero ese descontento parece haberse desplazado hacia otros grupos etarios en el último tiempo.

Mientras la rabia bajó un 10% entre los más jóvenes, subió en todas las demás edades. Hoy, los tramos entre 25 y 34 y entre 45-54 son los que se declaran más molestos.

Un patrón parecido se dio con la esperanza. El 41% de los más jóvenes dice haberse sentido “bastante” o “muy esperanzado” en un inicio, una cifra levemente superior a las de otros chilenos más viejos. Sin embargo, la esperanza está hoy repartida de manera más equitativa entre las distintas generaciones y ha pasado a ser moderada.

La emoción con la cual los jóvenes han establecido un vínculo más consistente ha sido el miedo. Los jóvenes entre 18 y 24 años eran los menos asustados al comienzo de la crisis (54% sentía “poco” o “nada”) y hoy continúan en esa posición, incluso un punto porcentual “menos asustados”.

“Los jóvenes siempre tienen menos miedo y mucha menos conciencia del riesgo. Sienten que la muerte está más lejos y que tienen mucho menos que perder. Su gusto por la transgresión es casi voluptuoso y por eso son los jóvenes y su fuerza los que abren cambios aunque no sepan cómo se han de concretar”, indica de la Parra.

En tanto, el temor entre los mayores de 45 años, que superaba el 40%, bajó levemente y se desplazó hacia un miedo más tenue. Eso sí, los “nada asustados” bajaron en todos los grupos etarios salvo en los extremos.

Respecto de las posibles soluciones para la crisis, los más jóvenes tienden a depositar sus esperanzas en la Nueva Constitución, asignándole la categoría de medida prioritaria (27%). El resto, en tanto, se inclina más por “reformas para cambios estructurales”.

Pero no solo existen diferencias entre las distintas generaciones de chilenos. Para la CEP, hay algunos puntos donde existe un virtual consenso de todos los grupos etarios. Quizás el más importante se refiere a que la principal causa del estallido fue la alta desigualdad de ingresos que desde hace tiempo se le viene sacando en cara al país.