La Marcha de las Antorchas fue presidida, una vez más, por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, el único de los aquí reunidos que participó en la primera convocatoria, el 27 de enero de 1953, hace 67 años.
Son las 10:00 p.m. en la escalinata de la Universidad de La Habana. El Alma Mater sobresale entre las antorchas que sostienen miles de manos, en proporciones nunca antes vistas. La imagen de José Martí en el lateral derecho por el que ahora desciende la multitud, cobra vida. Desaparecen los tonos negros y grises que hemos visto en sus fotos de la época, y el rostro del Maestro se ve iluminado por los rojos, naranjas y amarillos del fuego.
Escribo esta nota en medio de la multitud, apurada por el cierre de la edición de Granma. Pasa un niño, sobre los hombros de su papá, que mira deslumbrado la imagen, mientras sostiene la antorcha echa en casa con retazos de latón y madera. «Vivimos cerca y lo traigo desde que era un bebé, pero si no hubiéramos venido antes, esta vez no faltaríamos. Atacar a Martí es atacar a mi familia, a los vivos y a los muertos», dice Alberto Torres, el padre.
Martí vive, corea la multitud. El hombre que fue «traído para agrandar», como lo describiera el escritor cubano José Lezama Lima, tiene en este 2020 más capacidad de convocatoria que nunca. Bañar con sangre su imagen fue un intento patético de la derecha anticubana para lograr, a través del odio, un cambio de rumbo político. «Atacar un símbolo muestra desesperación; atacar a Martí, evidencia, además, profunda ignorancia», afirma el investigador Luis Toledo Sande.
El efecto que lograron ha sido el absolutamente opuesto. A los pies de la escalinata universitaria, esta noche, y a pocos días de que un par de hombres, por dinero, profanaran algunos bustos del Maestro, está José Martí de pie, con los brazos a la espalda. Es la foto tomada en 1892 por un emigrado cubano en Jamaica, que le hizo expresar al poeta Cintio Vitier, quien dedicó su vida al estudio de la obra del Héroe Nacional: «De pie contra la huraña manigua, siempre vestido como de luto y el rostro manándole luz, nos mira secretamente, con extraña lejanía y pasión entrañable, pidiéndonos siempre más».
El deseo de hacer el bien, y hacerlo, ha sido la más sobresaliente de las virtudes del Apóstol, añadiría el autor de Ese sol del mundo moral. Y esta noche los jóvenes, los niños, el pueblo de todas las edades, los cientos de miles que avanzan por la calle San Lázaro de La Habana, hacia la Fragua Martiana, demuestran que responden al odio con bondad, como lo hizo Martí tantas veces a lo largo de su vida.
El «hacer el bien» de Martí llega a nuestros días, explica el Doctor en Ciencias y profesor titular de la Universidad de Las Tunas, Recaredo Rodríguez Bosch. «Es un mandato para esta hora, en un mundo tan convulsionado, con tantos problemas, con tanta gente ocupada en lo material, ahí está para enseñarnos el bien buscando hacernos mejores».
Martí nos hace mucha falta, añade Pedro Pablo Rodríguez, director de la Edición Crítica de las Obras Completas del Apóstol. «Nos enseñó que, a pesar de que en algún momento podamos sentir cansancio, hay que reemprender la vida sin que perdamos la fe en el espíritu humano».
Son las 10:00 p.m., y es el momento en que la escalinata de la Universidad de La Habana se ve imponente, en vísperas del aniversario 167 del natalicio de José Martí. Las antorchas inquietas, la humareda que surca el cielo, la gente emocionada, lo solemne del encuentro unido al jolgorio juvenil… él convoca a esta hora con más fuerzas que nunca y como en sus versos: «Cuando al peso de la cruz / El hombre morir resuelve, / Sale a hacer bien, lo hace, y vuelve / Como de un baño de luz».
La Marcha de las Antorchas fue presidida, una vez más, por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, quien participó en la primera convocatoria, el 27 de enero de 1953, hace 67 años. Aquella primera Marcha, que marcó la tradición, fue un acto de valentía de los revolucionarios que salieron a rendir homenaje al Apóstol sin vacilar ni un instante frente a los sicarios del dictador Fulgencio Batista; hoy es un acto de desagravio a Martí de los muchos que tienen decoro por los otros que no lo tienen, parafraseando las palabras del Maestro.
Junto con los jóvenes y el pueblo, en esta enorme concentración cívica, están el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez; José Ramón Machado Ventura, Segundo Secretario del Partido, y el primer ministro Manuel Marrero, entre otros dirigentes.
«Martí jamás estará solo; no apagarán su memoria, no lo mancillarán», comenta Amanda Martínez, estudiante de preuniversitario, y seguiría sumando frases y emociones en esta noche, si no fuera porque mi periódico apremia.
El doctor Pedro Pablo Rodríguez, al frente de la Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí, conversa con Granma, a propósito de la salida del tomo 29 del proyecto
27 de enero de 2020 21:01:01
Cuesta mucho detener el ritmo habitual que lleva el doctor Pedro Pablo Rodríguez frente a la Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí. Al habernos concedido esta entrevista, a propósito de la reciente publicación del tomo 29, lo hallamos revisando documentos, haciendo indicaciones.
Se detiene, porque nuestro diálogo lo invita a volver a Martí, ese cuyo rostro –dice– es como si fuera el de un familiar cercano, el que a veces cuando lo está leyendo, le parece que habla con él.
Antes de acomodarse habla de los comienzos, cuando en 1977 Fina y Cintio iniciaron el proyecto y lograron sacar dos tomos. Después quedó detenido y en el 90 se reanima la idea de retomarlo. «Se conformó un equipo de trabajo que organizamos Ramón de Armas y yo, sobre la base del proyecto de Cintio y Fina, aunque haciéndole adaptaciones, y para lo que fueron consultados. En cada nueva entrega siempre ponemos que es un proyecto de ellos, no solo porque da un prestigio, sino porque se les reconoce como autores de la idea original».
–¿Con qué regularidad salen los tomos? ¿De qué depende?
–Algunos se hacen más rápido, otros demoran más. Lo normal es que un tomo demore entre dos y tres años. Trabajamos con dos fases que están integradas. Una es la investigación, el texto se revisa contra la fuente. No es lo mismo un manuscrito de Martí, que es lo que él escribió, que lo que escribió en los periódicos, entonces buscamos los periódicos. La segunda, es la edición, y la editora es la primera lectora.
–¿De cuántos miembros consta el equipo? ¿Cómo se forman sus integrantes?
–Somos 11, contando a la secretaria. Lo primero es tener un conocimiento amplio de su obra y de su época, de América Latina y el mundo, y manejar los elementos esenciales del trabajo editorial, de manera que el trabajo llegue al editor con muchos problemas resueltos, lo que disminuye la posibilidad de errores. Modernizamos la ortografía, y con eso disminuimos muchas erratas. Por ejemplo, no ponemos los acentos como se ponían en la época de Martí. Le damos la información correcta al lector, lo ponemos bien y decimos cómo lo puso él. A veces vivimos más en el siglo xix que en el xxi. El equipo se apasiona con el trabajo y es común escuchar entre ellos: –«Mira lo que está escribiendo este hombre aquí».
–¿Cuál es la mayor fortaleza de la edición crítica? ¿Cuál es el principal riesgo?
–La mayor fortaleza sería su objetivo básico: tratar de entregar al lector lo que Martí escribió y cuando lo digo así me refiero a entregarle también lo que él mismo desechó. Se supone que el lector pueda conocer el proceso de escritura. Cómo se fue escribiendo el texto y cómo se convirtió en la edición final.
«Para los estudiosos de estilo es muy importante, porque pueden ver cómo precisaba su idea, cómo armaba un poema, cómo lo trabajaba para mantener la métrica, para conseguir una imagen mejor… es el taller de escritura. El riesgo es que se haga una lectura errada, lo cual no prevalece. En aquellos casos en que estamos casi seguros de lo que se dice, si no estamos convencidos ponemos debajo lección dudosa. No podemos traicionar a Martí ni a su palabra. Para mí, Martí es el escritor más grande de la lengua española, junto con Cervantes, él es el Cervantes del mundo moderno, con una riqueza de palabras, de imágenes, de expresión… Entonces hay que tener mucho tacto».
–En tantos años de trabajo, ¿cuál sería el hallazgo más grande?
–Convencerme de que es uno de los más grandes escritores del mundo, uno de los más grandes pensadores universales, y haber enriquecido el conjunto de textos de Martí.
–El tomo 29 recoge crónicas escritas en Nueva York, donde está la vida de los Estados Unidos…
–Cuando uno lee esos trabajos comprende de inmediato la profundidad de la mirada crítica de Martí sobre los Estados Unidos. Y no es que hable mal sobre los ee. uu., sino que él comprende lo que estaba pasando entonces, que el país se estaba convirtiendo en la Roma americana, y un imperio de nuevo tipo era un problema hasta para su propia población. Está criticando y de qué manera una sociedad que está perdiendo valores, su sentido de cuando nació como nación, de algunos de sus aspectos originales y del daño que eso les hace a los intereses de las mayorías de la población de EE. UU. y su firme, sistemática, constante y crítica denuncia del imperialismo naciente.
–¿Qué siente Pedro Pablo cuando toca un manuscrito de Martí?
–Todo el que trabaja a Martí desde cualquier campo se siente emocionado. Pero la palabra, que es la manera de vivir al lado suyo, siempre apela al sentimiento, a la espiritualidad y a los valores de los seres humanos. Y este, creo, es el secreto de por qué Martí es un hombre cada vez más universal, de por qué desde las diferentes culturas las personas que lo van conociendo se convierten en apasionados y en enamorados de Martí.
«En el mundo oriental muchos están descubriendo ahora a Martí y es curioso porque son culturas aparentemente tan distintas a las nuestras…, culturas donde el símbolo es tan importante y, sin embargo, se sienten tocados por Martí cuando lo estudian. Uno va descubriendo que en la mayoría de las personas que se toman en serio ese acercamiento establecen un vínculo emocional con él. Y eso pasa con todo el mundo. Uno va descubriendo que, en América Latina, Europa, África, la mayoría de las personas que se toman en serio ese acercamiento, se sienten emocionadas por Martí, establecen un vínculo emocional.
«Yo lo tengo y lo tengo desde muy joven. Yo recuerdo que de niño mi madre me leyó La Edad de Oro. Me impactó de tal manera que me acerqué definitivamente a Martí. Y claro, me pongo a pensar que hoy mi propio trabajo me obliga a usar la razón. Pero no me domina la razón. La emoción me domina. Siento que mi vida es esa. Que ese es mi gran deber como cubano. Y como cubano de esta época. Porque creo que este país mientras siga siendo y cada vez sea más martiano seremos mejores cubanos y mejores personas. Y contribuiremos mejor a que este mundo vaya por otros caminos, que no son por los que lamentablemente va. Yo creo que vamos hacia la destrucción del planeta, hacia la destrucción de la especie. A eso nos va a conducir el capitalismo, a eso nos está conduciendo y estamos en una pelea inacabable por tener seres humanos dignos y no meros consumidores tontos. Y a eso es a lo que nos quieren cada vez más encaminar. Y creo que ese es un problema central de la Cuba de hoy. Y Martí es decisivo. Martí es decisivo para entenderlo. Porque Martí no nos da una explicación simplemente racional –es racional, muy racional– pero siempre pasa por la orilla del sentimiento, las emociones, que es en definitiva lo que nos mueve a todos. Usted en una guerra muere por la Patria. La Patria de pronto se simboliza en la bandera, en el escudo, pero la Patria es mucho más: no son solamente sus símbolos, son los sentimientos que usted ha ido formando como persona, como individuo, que lo hacen sentirse patriota, o que lo hacen sentirse parte de la humanidad.
«Martí nos hace reflexionar hasta de nuestros defectos. Martí tenía una confianza ilimitada en el ser humano. Y a veces cuando lo leemos, decimos, ¡caramba qué crítico, qué comprensión de las bajezas, las debilidades, de los horrores de la personalidad humana!, y a la vez qué capacidad de expresar que el ser humano sí puede crecer y transformarse, de levantarse de sus caídas y de nunca quedar aplastado y darnos ánimo para eso.
«Martí es parte de mi vida y de mis emociones. Yo trato mucho en mi comunicación de presentar al ser humano en esa enorme riqueza de matices que tenía. Martí pensó siempre, en primer término, en los pobres de la tierra. Echó su suerte con ellos y esas son las cosas que se le meten a uno adentro».